Antorcha

Erick Coronado
3 min readApr 16, 2021

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Capítulo 1: Ciento sesenta y un mil ochocientos tres.

La fogata dibujaba la carcasa oxidada de los coches en la pared agrietada por el tiempo y el silencio.

— ¿Qué esperas, Coyote?, ¡Dispara!

— ¿Estás seguro, Balam?

— Si no me instalo estos implantes en la cabeza todo habrá sido en vano, te lo pedí porque con mí “mano mala” no puedo solo.

— Te puedo matar, Balam.

— Son nuestra única salida, acomódame la pistola en la nuca, yo jalo el gatillo.

Tembloroso, Coyote enroscó la pistola embonando la punta sobre el casco que traía puesto, se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos.

— Ya quedó cabrón.

— Ahí te voy — dije al tiempo que jalaba del gatillo con mi mano buena, un sonido seco, un relámpago de dolor me estremeció desde la nuca

— No mames, Balam, ¡estás bien pinche loco! — casi gritó mi cuate al que todos conocíamos como el Coyote

— ¿Ya ves, Güey? no pasa nada — le dije mientras trataba de desenroscar la pistola de aire comprimido

— pues a ver, te ayudo con los otros — dijo ya convencido

— Fíjate bien en las instrucciones.

— Están en chino, yo no hablo ni leo chino cabrón…

— es japonés pendejo, viene con colores — y le extendí la hoja señalando el dibujo de la cien izquierda en azul; un poco de sangre me escurría de la nuca.

— A ver, ahí vamos con el segundo, — dijo, pero lo interrumpí de golpe

— Espera! — exclamé — cambia el tanque de CO2, el hacker fue muy específico.

— Valgo madres, a ver — dijo mientras se le caía uno de los tanques de sus manos callosas

— ¿Listo?

— Sí Balam, ya quedó, échale.

— Si me desmayo, aprovecha y ponme los otros dos microchips.

— ¡Te puedo matar güey!! — exclamó con fuerza Coyote .

— No hay tiempo que perder, El Meca no tardará en encontrarnos, y sin el oro no tengo con qué negociarle la vida de Lupita ni la de mi Abuelo.

— Pinche Balam, a ver pues — dijo al tiempo que se apuntaba a mi cabeza .

Lo último que escuché fue el click de la pistola y una fuerte punzada me sacó de balance, me caí sin meter la mano buena. Un segundo click, la cien derecha, el chip negro, me convulsioné un poco, pero aguanté, no había marcha atrás y se animó a meter el cuarto chip en la frente, el blanco. El casco indicaba exactamente la posición para facilitar la implantación en el lóbulo frontal.

No recuerdo lo que pasó después, pero cuando desperté, me sabía de memoria todos mis correos electrónicos. Desde el primero en 2007 hasta la conversación con el hacker la noche anterior; ciento sesenta y un mil ochocientos tres correos con fecha, hora y contenido.

— Ahora si que me asustaste cabrón, pensé que te habías muerto. — me asaltó Coyote cuando desperté

— Tengo que concentrarme, el Hacker me dijo que tenía que anular unos protocolos de seguridad… bueno, para que te explico.

— No sé cuánto tiempo nos sirva este escondite Balam, El Mecánico anda bien encabronado contigo, dice que le debes el oro, la chatarra que usaste para conseguirlo era suya.

— No son tiempos de lamentaciones, el oro ya no existe, ahora tengo que rescatar a Lupita y a mi viejo.

— ¿Qué tienes en mente? — me preguntó mientras echaba unas tablas en la fogata.

— Pues primero tenemos que encontrar su escondite

— Una carcajada retumbó entre los carros oxidados del lugar — No mames, Balam, ni el ejército se mete a la Sierra.

— ni hablar, Coyote, tengo que encontrar a mi familia.

— Yo que tú los daba por muertos; si para mañana no le entregas el Oro al Meca, estamos muertos.

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